viernes, 26 de agosto de 2011

“- A veces tengo un sueño -dijo el joven de la silla de ruedas. El extraño eco de su voz hacía pensar que ésta procedía del fondo de un profundo agujero-. Dentro de mi cabeza hay un cuchillo clavado en diagonal en la mórbida carne de mis recuerdos. Está clavado muy hondo. Pero no me duele. Tampoco notos su peso. Sólo está ahí clavado. Yo lo contemplo desde otro lugar, como si fuera algo ajeno. Y deseo que alguien me extraiga el cuchillo. Pero nadie sabe que está ahí clavado. Pienso en sacármelo yo mismo, pero no alcanzo con las manos. Es muy extraño. He podido clavármelo, sin embargo, ahora, no puedo extraerlo. Mientras tanto, las cosas empiezan a borrarse paulatinamente. Yo mismo voy palideciendo, poco a poco, y desaparezco. Al final sólo queda el cuchillo. El cuchillo siempre permanece hasta el final. Como el blanco fósil de un animal prehistórico que ha quedado en la orilla del mar... Éste es mi sueño.”

“Lo que yo quería era fundirme en un solo cuerpo con ella, sin ninguna traba. Pertenecerle y que ella me perteneciera. Quería esa señal. Por supuesto, la deseaba sexualmente. Pero no se trataba sólo de eso. Estoy hablando de una comunión de cuerpos. Nunca, en toda mi vida, había experimentado la sensación de fundirme con alguien. Siempre había estado solo. Y siempre había estado, alerta, dentro de un marco. Quería liberarme. Y me daba la sensación de que, liberándome, podría descubrir mi propio yo, ese yo que hasta entonces solo había vislumbrado de una manera muy vaga. Me daba la sensación de que, uniéndome estrechamente a ella, lograría apartar de mí el marco que había regulado hasta entonces mi vida”.

Fragmento de El cuchillo de caza y El folclore de nuestra generación: prehistoria del estadio avanzado del capitalismo, respectivamente, de Haruki Murakami en "Sauce ciego, mujer dormida"

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