La chica se hallaba moribunda caminando por la lúgubre calle oscura.
Su piso, frío como sus manos, se movía constantemente. Le rodeaba
una mortencina luminosidad blanca, y una más pequeña bajo ella.
Siguió caminando, siguiendo a esta luz como si fuera lo único que
tuviera en la vida. Y bueno, no era tan mentira.
Cuando finalmente llegó, se sentó en una banca y observó aquella
familiar luz. Era un foco de blanca luz que iluminaba el centro de un
escondido parque al que ella frecuentaba.
Al mirar hacia arriba y encontrarse con los árboles meciéndose con
el viento, tomó su mente y se devolvió al pasado en un recuerdo.
Era otoño y hacía frío...
Estaba sentada en el mismo banco que aquella noche, con su abrigo
negro, y boina gris. Su hermoso pelo castaño resaltaba con sus
ondulaciones en aquel inerte ambiente...
Observaba como las hojas, ya sin vida, se dejaban caer al viento que
las dejaba tiernamente en el suelo, como si de un tesoro se tratara.
En el mismo parque, un chico hacía lo mismo.
Él vestía abrigo gris y boina negra.
Su pelirrojo pelo resaltaba en aquel inerte paisaje.
¡Su pálida tez aún más pálida se veía!
Ambos miraron al cielo y luego a los ojos del otro.
Allí nadie sabia de ellos. Ellos nos sabían nada de nadie.
Ellos llegaron juntos y no se dieron cuenta de que compartían banco.
Sus manos se juntaron.
¿Qué más daba si se entregaban al viento otoñal?
Sus palmas se apoyaron juntas y un vapor cálido
salió de sus bocas antes de juntarse en un reparador beso.
Ellos no se conocían y sin embargo, eran novios
de hace unos meses...
Una hoja cayó al lado de ellos
y sobre ella, una lágrima
desesperada sumergida en
la oscuridad de la noche plutónica.
A un año de mi primer entrada, dejo este cuento un poco
extraño para mi manera de escribir. Deseaba ocupar palabras
complejas para describir como me siento.
Muchas gracias por este año escribiendo, y espero que sean
muchos más...
Atte, Amara Rozenbauer [de Kirkland]
domingo, 17 de abril de 2011
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